Ahora entiendo qué es el arte- y, atravesándome con esa mirada untuosa, preñada de inteligencia-... es cuando Dios tiene nostalgia de los hombres.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Treinta y uno.


Se acabó. Otros 365 días (más aquel tímido 29 de febrero) que se han ido por el fregadero, como mis lágrimas, como mís propósitos, como mis minutos, como todo.
Mira que me prometí no parar a hacer balance de nada, que, en realidad no me gusta. Pero soy así, soy de frases que sentencien, cortantes, con puntos finales. Pero aquí estoy, con la copa de champán en la mano, unas burbujas doradas que en realidad no me gustan, y que por mí brindaba con agua, pero mi madre se empeña en que trae mala suerte. Ella no sabe que la mala suerte no se acuerda de si en los primeros minutos del año brindé con agua o con alcohol, que simplemente viene y... se queda.
Se acabó y nada ha cambiado. Tampoco espero que se haga realidad eso de año nuevo, vida nueva. Por que nunca funciona, nadie cambia.
 Tampoco hago propósitos, bueno, uno sí. Quiero empezar a formar esa persona que voy a ser, quiero dejar de dejarme llevar- valga la redundancia- quiero darle vacaciones al destino y empezar a mover yo los hilos. He entrado en esa época que todo el mundo tiene en la vida de decidir: qué quiero estudiar, qué ambientes quiero frecuentar,  quién quiero que me acompañe y a quién voy a amar. Y me da igual las opiniones del resto. Yo lo que quiero es ser una mujer especial, que deje huella, que marque.  Y ese es mi próposito no de año nuevo, de vida.

lunes, 17 de diciembre de 2012

D.

Vamos allá. Han pasado meses y todos y cada unos de estos días que han pasado he mirado mi boli y mi cuaderno con recelo, deseando que volviera aquello que me llevaba a su regazo. 
Y volvió, y tanto que volvió. En forma de diciembre, frío, carente de lluvias pero muy nublado. Como todo en mi vida; nublado. 
Siempre quise ser una nube, es curioso por que ese deseo no tiene ni pies ni cabeza, no tienen fundamento, pero ¿hay algo que, en el mundo de hoy en día, lo tenga? Yo creo que no. Por eso no me parece desentonar tanto cuando miro al cielo y las veo allí arriba moviendose a su antojo.
Pero bueno, a lo que ibamos, que me pierdo. Como siempre. El frío.
Nunca entenderé porqué me gusta tanto el frío. Suena raro, pero el frío me parece... elegante. Eso es, elegante, inspirador, conmovedor. Todos estos adjetivos para describir la ausencia de calor. Absurdo. Como siempre. 
¿Cómo es posible que un mes me lleve de vuelta a mundo de las palabras? No lo sé. Pero así ha sido. Me ha devuelto las ganas de escribir, de leer, de arrancar sonrisas, de crear mundos. Dichoso frío. Él tiene la culpa. Como siempre.